Jueves, abril 25

Hoy somos papás

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Una pareja de casados lo tenía todo; salud, dinero y amor pero, querían algo más; descendencia. A pesar de la negativa de la naturaleza no se dieron por vencidos y optaron por la adopción. Tiempo y angustia fueron sólo algunos de los obstáculos que pasaron hasta la llegada de Vicente a sus vidas. Aquella nueva familia, es la viva prueba que la esperanza es lo último que se pierde.

Un cuento de hadas con un final feliz. Aquel dicho “Madre sólo hay una” puede llegar a tener diferentes significados, la historia de este relato no es la excepción. Verónica a sus 34 años lo había conseguido todo: un buen trabajo, una boda de ensueño y un esposo que la adora. “Yo me sentía una princesa” – dijo. No obstante, todavía había un vacío por llenar: la maternidad. Su residencia en Chile, fue placentera, sin embargo, las entrañables ganas de ser madre se hacían cada vez más lejanas pues ningún tratamiento era efectivo. Deciden dejarlo todo atrás y venir a Lima en busca de un cambio. Verónica deja de lado los costosos tratamientos y seguir con su vida. “Seguro encontraremos qué hacer juntos hasta viejitos” – Le dijo Verónica a su esposo. La vida transcurría y la pareja seguía con un matrimonio feliz. Durante los días de semana ambos trabajaban en sus respectivos empleos mientras que los fines de semana se dedicaban a actividades extracurriculares. Su esposo realizaba deporte, Verónica no tan fanática, decidió ser madre voluntaria junto al grupo AVINABIF. “Era exquisito cambiarles el pañal, darles de comer, llegaba cansada a mi casa pero feliz”- dijo Verónica.

EL COMIENZO

Ya habían pasado 4 años de matrimonio cuando un día durante la jornada laboral, llega un mail inesperado de una compañera. Se trataba de una bebita que había sido abandonada y esperaba cambiar su destino. Verónica lo pensó y se lo contó a su esposo ese mismo día.

No pasó mucho para que la conocieran, las ganas de tenerla como suya se acrecentaban pero el destino no lo quiso así. La pareja buscaba un proceso limpio así que presentaron una solicitud de adopción en la Secretaría Nacional de Adopciones (SNA). Era octubre del 2009 cuando todo se inició.

El papeleo interminable había comenzado, Verónica describe el proceso como complicado, tedioso, pero justificado.
“Durante ese tiempo, había una reorganización en adopciones: mejores horarios de atención para quienes trabajábamos pero también cierta inexactitud en documentos requeridos”. Cualquier papel mal extendido o ausente, significaba alargar el tiempo de espera.
“Señora, los van a llamar cuando corresponda” -le decían.Entre tanta ansiedad Verónica encontró cierta calma al escuchar “Verónica, una vez que tengas a tu hijito o hijita en brazos, este papeleo te va a parecer nada”- le dijo un amigo de la familia.

LA LLAMADA

A fines del 2010 llegó una llamada a mitad del día. Por el auricular Verónica escuchó “Señora, la llamamos de la Secretaría Nacional de Adopciones; se les ha asignado un niñito”. Incrédula ante tal sorpresa Verónica respondió: ¿Están bromeando? La persona en el teléfono respondió: “Yo no bromearía con eso”.

Así como Verónica y su esposo “Goico”, tampoco lo podía creer. “Si bien el trámite de adopción tenía un proceso y un tiempo, ese tiempo se extendió un poco y yo perdí el interés y como que inconcientemente me olvidé del tema, pero el día en que nos dijeron que teníamos un niño que nos estaba esperando y había que ir a verlo, me invadió un temor y una alegría a la vez muy grande” – dijo.

EL COMIENZO DE UNA NUEVA ETAPA

Las ganas de querer contarle a todo el mundo sobre aquella gran noticia fueron gigantes pero, el temor a que sus deseos no se cumplieran era más grande, por ello sólo lo informaron a los más allegados a la familia. La llamada llegó un jueves, los padres tenían 7 días para aceptar la asignación. El día lunes Jorge y Verónica presentaron la carta de aceptación.

En los primeros días de Enero, la pareja viajó fuera de Lima y se encontró con que el pequeñín tenía tan sólo ocho meses, no solo llevaron regalitos para el menor, también muchos deseos de poder llevárselo consigo.

La última prueba y también la más difícil, es lograr que el niño te acepte, es decir, que exista empatía entre los tres. Lo lograron, el niño respondía a sus caricias y abrazos, era sólo cuestión de días para que puedan traerlo a Lima. La mañana del 9 de Enero del 2011, llegó Vicente, y la familia lo recibió con los brazos abiertos.

Verónica es consciente que en algún momento su pequeño Vicente le preguntará no sólo de donde viene, sino también por su progenitora. Ella no duda en que le brindará su apoyo en todo momento.
“Sé lo que tengo que hacer” – dijo. Mientras tanto no deja de abrazar y besar a su hijo de dos años. “Soy una besucona” – dice.

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